jueves, 29 de noviembre de 2012

OREMOS EN EL AÑO DE LA FE....


EN EL AÑO DE LA FE, recemos.....
CREDO NICENO CONSTANTINOPLA
Creo en un solo DIOS, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de DIOS verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre: y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pìlato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe la misma adoración y gloria y que hablo por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amen

¿PORQUE LA CRUZ?

¿Por qué la Cruz?
"Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre" (Mt 24,30). La cruz es el símbolo del cristiano, que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos.
Hoy parecemos asistir a la desaparición progresiva del símbolo de la cruz. Desaparece de las casas de los vivos y de las tumbas de los muertos, y desaparece sobre todo del corazón de muchos hombres y mujeres a quienes molesta contemplar a un hombre clavado en la cruz. Esto no nos debe extrañar, pues ya desde el inicio del cristianismo San Pablo hablaba de falsos hermanos que querían abolir la cruz: "Porque son muchos y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la cruz de Cristo" (Flp 3, 18).
Unos afirman que es un símbolo maldito; otros que no hubo tal cruz, sino que era un palo; para muchos el Cristo de la cruz es un Cristo impotente; hay quien enseña que Cristo no murió en la cruz. La cruz es símbolo de humillación, derrota y muerte para todos aquellos que ignoran el poder de Cristo para cambiar la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la cruz en camino hacia la luz.
Jesús, sabiendo el rechazo que iba producir la predicación de la cruz, "comenzó a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho...ser matado y resucitar al tercer día. Pedro le tomó aparte y se puso a reprenderle: ´¡Lejos de ti, Señor, de ningún modo te sucederá eso!´ Pero Él dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás!¡...porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres!" (Mt 16, 21-23).
Pedro ignoraba el poder de Cristo y no tenía fe en la resurrección, por eso quiso apartarlo del camino que lleva a la cruz, pero Cristo le enseña que el que se opone a la cruz se pone de lado de Satanás.
Satanás el orgulloso y soberbio odia la cruz porque Jesucristo, humilde y obediente, lo venció en ella "humillándose a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz", y así transformo la cruz en victoria: "...por lo cual Dios le ensalzó y le dio un nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 8-9).
Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿Adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu padre?
¡Por supuesto que no!
1º. Porque mi padre no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene poder. ¿O tú no crees en el poder de la sangre de Cristo? Si la tierra que pisó Jesús es Tierra Santa, la cruz bañada con la sangre de Cristo, con más razón, es Santa Cruz.
2º. No fue la cruz la que mató a Jesús sino nuestros pecados. "Él ha sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestros pecados, el castigo que nos devuelve la paz calló sobre Él y por sus llagas hemos sido curados". (Is 53, 5). ¿Cómo puede ser la cruz signo maldito, si nos cura y nos devuelve la paz?
3º. La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado. Por eso para San Pablo la cruz era motivo de gloria (Gál 6, 14).
Nos enseña quiénes somos
La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad.
Nos recuerda el Amor Divino
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna". (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos (Jn 15, 13). El demonio odia la cruz, porque nos recuerda el amor infinito de Jesús. Lee: Gálatas 2, 20.
Signo de nuestra reconciliación
La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los humanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.
La señal del cristiano
Cristo, tiene muchos falsos seguidores que lo buscan sólo por sus milagros. Pero Él no se deja engañar, (Jn 6, 64); por eso advirtió: "El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí" (Mt 7, 13).
Objeción: La Biblia dice:"Maldito el que cuelga del madero...".
Respuesta: Los malditos que merecíamos la cruz por nuestros pecados éramos nosotros, pero Cristo, el Bendito, al bañar con su sangre la cruz, la convirtió en camino de salvación.
El ver la cruz con fe nos salva
Jesús dijo: "como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (en la cruz) el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna" (Jn 3, 14-15). Al ver la serpiente, los heridos de veneno mortal quedaban curados. Al ver al crucificado, el centurión pagano se hizo creyente; Juan, el apóstol que lo vio, se convirtió en testigo. Lee: Juan 19, 35-37.
Fuerza de Dios
"Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan" (1 Cor 1, 18), como el centurión que reconoció el poder de Cristo crucificado. Él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria. Lee: Juan 20, 24-29.
Síntesis del Evangelio
San Pablo resumía el Evangelio como la predicación de la cruz (1 Cor 1,17-18). Por eso el Santo Padre y los grandes misioneros han predicado el Evangelio con el crucifijo en la mano: "Así mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos (porque para ellos era un símbolo maldito) necedad para los gentiles (porque para ellos era señal de fracaso), mas para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Díos" (1Cor 23-24).
Hoy hay muchos católicos que, como los discípulos de Emaús, se van de la Iglesia porque creen que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Lee: Lucas 24, 25-26. La cruz es pues el camino a la gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no sigue a Jesús. Lee: Mateo 16, 24
Nuestra razón, como diría Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos los seres humanos buscamos: «No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación» (JP II, Fides et ratio, 23).

viernes, 9 de noviembre de 2012

DONES Y FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO

DONES Y FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

¿Cuántos y cuáles son los Dones del Espíritu Santo?
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que, al hablar de "dones" se refiere a aquellos "regalos" que nos da el Espíritu Santo para ayudarnos a vivir en gracia de Dios.
La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete Dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu.
1. Sabiduría: Nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas y en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones. Sabiduría es ver sabiamente las cosas, no sólo con la inteligencia sino también con el corazón, tratando de ver las cosas como Dios las ve y comunicándolas de tal manera que los demás perciban que Dios actúa en nosotros: en lo que pensamos, decimos y hacemos.
2. Inteligencia o Entendimiento: Con este Don nos permite conocer y comprender las cosas de Dios, la manera cómo actúa Jesucristo, descubrir inteligentemente, sobre todo en el Evangelio, que su manera de ser y actuar es diferente al modo de ser de la sociedad actual. El Don de la Inteligencia nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe; es una luz especial que puede llegar a todas las personas y muchas veces tiene sus frutos en los niños y en la gente más sencilla.
3. Consejo: Nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás. Nos ayuda a discernir y decidir a la luz de la voluntad de Dios. El Don de Consejo nos ayuda a enfrentar mejor los momentos duros y difíciles de la vida, al mismo tiempo que nos da la capacidad de aconsejar, inspirados en el Espíritu Santo, a quienes nos piden ayuda, a quienes necesitan palabras de aliento y vida.
4. Fortaleza: Este  Don concede al fiel ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural que nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontraremos en nuestro caminar hacia Dios. El ejemplo de Jesucristo, su pasión y su muerte, debe ser para nosotros un auténtico testimonio de fortaleza que nos ha de llevar a superar nuestra debilidad humana.
5. Ciencia: Es el Don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento, a descubrir la presencia de Dios en el mundo, en la vida, en la naturaleza, en el día, en la noche, en el mar, en la montaña. El Don de Ciencia nos lleva a juzgar con rectitud las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado, en la medida en que nos lleve a Él.
6. Piedad: El corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el Don de la Piedad, que el Espíritu Santo derrama en nuestras almas, permitiéndonos acercarnos confiadamente a Dios, hablarle con sencillez, abrir nuestro corazón de hijo a un Padre Bueno del cual sabemos que nos quiere y nos perdona.
7. Temor de Dios: Nos induce a evitar el pecado porque ofende a Dios. Cuando se descubre el amor de Dios lo único que deseamos es hacer su voluntad y sentimos temor de ir por otros caminos. En este sentido existe temor de fallarle y causarle pena al Señor, no se trata de ninguna manera, de tenerle miedo a Dios, sino más bien de sentirse amado por Él y corresponderle. Con este Don tenemos la fuerza para vencer los miedos y aferrarnos al gran amor que Dios nos tiene.
 
¿Qué son los Frutos del Espíritu Santo?
Cuando se ejercita la práctica de las virtudes, se adquiere facilidad para vivirlas. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio. A las virtudes le ocurre lo mismo que a los árboles: los frutos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable sabor; lo mismo loa actos de las virtudes, cuando han llegado a su madurez, se hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso. Estos actos de virtud se llaman frutos del Espíritu Santo. Cuanto más santa es una persona, más cerca está de la felicidad. A quienes tienen la alegría del Espíritu Santo todo se lo hace fácil.
Los "frutos" son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce.

Los frutos de caridad, de gozo y de paz.
Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo espiritual y la paz.
Caridad: El acto de amor de Dios y del prójimo.
Gozo espiritual: El que nace del amor divino y bien de nuestro prójimos.
Paz: Una tranquilidad de ánimo, que perfecciona este gozo.
Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro. La caridad o el amor ferviente nos da la posesión de Dios; el gozo nace de esa posesión de Dios, que no es otra cosa que el contento que se encuentra en el goce del bien poseído. La paz mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que es opuesto.
La caridad es el primero entre los frutos del Espíritu Santo, porque es el que más nos acerca a la verdadera y eterna felicidad y el que nos da un goce más sólido y una paz más profunda.

Los frutos de paciencia y mansedumbre.
Paciencia: Sufrimiento sin inquietud frente a la adversidad; moderar los excesos de tristeza.
Mansedumbre: Refrenar la ira y tener dulzura en el trato.
Los frutos anteriores disponen a la persona a la paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza, y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera.
La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza y cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera.

Los frutos de bondad y benignidad.
Bondad: Dulzura y rectitud del ánimo; inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.
Benignidad: Ser suave y liberal, sin afectación ni desabrimiento. Manejar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría.
Estos dos frutos miran al bien del prójimo. La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benígnitas y la palabra benignidad, se usa únicamente para, significar dulzura; y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría.

El fruto de longanimidad.
Longanimidad o Perseverancia: Firmeza del ánimo en sufrir, esperando los bienes eternos. Impide el aburrimiento o la pena que provienen del deseo del bien que se espera o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias.

El fruto de la fe.
Fe: Exacta fidelidad en cumplir lo prometido.
La fe como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello y seguridad de la verdad que creemos
Algunos entienden por la palabra fides, la fidelidad, la constancia en mantener las promesas hechas; otros, la facilidad para creer todo lo que se refiere a las cosas humanas, sin, dejarse llevar por desconfianzas mal fundadas, por sospechas y juicios temerarios.

Los frutos de modestia, de templanza y de castidad.
Modestia: La que modera y regula en el hombre sus acciones, palabras, sus gestos.
Templanza o Continencia: La que modera los deleites de los sentidos.
Castidad: La que refrena los deleites impuros.
La modestia es bastante conocida como virtud. Regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras.
Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, sublimando los actos ilícitos. La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse; la castidad regula el uso de los placeres de la carne.