jueves, 31 de mayo de 2012

PRIMER CONCILIO DE LA IGLESIA


Se conoce como Concilio (del latín concilium) a la reunión de Obispos, sea a nivel mundial o de una parte importante de la Iglesia, para estudiar asuntos y tomar decisiones conjuntas en materia de la doctrina cristiana, de disciplina o de acciones pastorales que impulsen a todos los miembros de la Iglesia Cristiana a vivir de manera más comprometida con Dios y Jesucristo.

Los Concilios pueden ser provinciales, regionales o nacionales. Si es el Papa el que convoca a todos los Obispos del mundo, tenemos un Concilio ecuménico, es decir, universal.

El primer Concilio que se conoce en la historia de la Iglesia Católica es el llamado Concilio de Jerusalén, situado alrededor del año 49 d.C., y en el que los participantes fueron San Pedro, San Pablo y Santiago, el Obispo de Jerusalén.
 A este Concilio también se lo conoce como el Concilio de los Apóstoles (Hechos de los Apóstoles, cap. 15).
El punto central de los debates del Concilio de Jerusalem, o Concilio de los Apóstoles, era aclarar a los cristianos gentiles si estaban o no obligados a guardar prácticas judías, especialmente la circuncisión que, según las enseñanzas del Génesis (17,11) era el signo principal de la Alianza con Dios.
En Antioquía, la Iglesia Cristiana iba creciendo en fervor y número al cuidado de San Pablo y Bernabé, con una gran mayoría de cristianos gentiles. Pero a esta comunidad llegan judíos convertidos a Cristo que les dicen que no hay salvación, si no observan la circuncisión y la Ley.
A raíz de esto se produjo una gran agitación y discusión: lo que estaba en juego era la identidad misma del Cristianismo que ponía todas sus esperanzas en Cristo, en quien Dios había cumplido todas sus promesas. Por tanto, San Pablo y Bernabé fueron enviados por la comunidad para reunirse con el resto de los Apóstoles en Jerusalén.
Para este viaje, San Pablo llevó consigo a Tito, quien no había sido circuncidado y era un cristiano ejemplar, venido del paganismo. (Gá 2,1-10).

En el Concilio de Jerusalem, después de varias discusiones, San Pedro declaró que no había que imponer la Ley judía a los gentiles que se convertían al cristianismo:
 Es la Gracia de Jesucristo la que nos salva”. Y fue emitido el siguiente decreto: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponerles más carga que la necesaria», de este modo el cristianismo se volvió universal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario