miércoles, 27 de junio de 2012

TESTIMONIO DE UN MISIONERO


Testimonio de Carlo Bruzaferro Monti

Dejar mi familia y país y venirme dos años de misión fue una decisión que tuve hace un año exactamente. Aquí estoy, en México, y justo en el medio de esa mi grande misión, surgió la Megamisión.

Ya había participado en otras misiones chicas, mas esta sí me permitió hacer un balance de cómo anda todo. Fue como un resumen de todo. Dividiré la misión de dos maneras:

1. El shock con la realidad del mundo.
2. El encuentro con Dios.

El shock con la realidad

Primero porque salimos de una colonia rica de Monterrey y llegamos a un pueblo bien pobre de Hidalgo: Atotonilco. Lo que más me llamó la atención fue como los muchachos que fueron con nosotros no tenían ni idea de lo que era la pobreza. Incluso ya se me había olvidado de muchas cosas que ya no veía hace mucho tiempo.

¡No conocer estas realidades explica cómo muchas personas no hacen nada por los demás! No saber lo que pasa es la razón por la cual muchas personas están bien acomodadas en sus sillones.

Pero me pregunté si realmente las personas no saben lo que pasa en esos pueblos. ¿Será que viven en burbujas tan cerradas que jamás verán una imagen de un niño muriendo de hambre en la televisión? O, será que la televisión es algo tan artificial que todo parece mentira? O, ¿será que ven tantas escenas de este tipo que ya se anestesiaron?

Hay muchos Santo Tomás que necesitan tocar en las llagas de Cristo para creer. Muchas personas que no les basta las imágenes en la tele, tienen que ir hasta allá para vivir y darse cuenta de cómo es la vida real de nuestro planeta. Quieren comprobar lo que ven en la televisión.

Muchos de esos muchachos realmente se transformaron después de tocar las llagas, de comer tortillas con nopal todos los días, de dormir en el piso, de no bañarse por no tener agua, de convivir con los problemas insolucionables de la gente, familias abandonadas por los papás, enfermedades muy graves y caras de curar, abortos inocentes, alcoholismo crónico, etc. En fin, se transformaron después de vivir como el 90% de la gente que vive en el mundo.

Ojalá realmente todos al menos crean después de haber tocado las llagas de Cristo, pues todavía hay mucha gente en el mundo que aún después de tocarlas, siguen como antes.

El encuentro con Dios

Digo que muchos por primera vez se encontraron con Dios, porque se dieron cuenta de los dones que Dios les había regalado: inteligencia, alimentación, confort, los mejores médicos y hospitales, autoomóvil, computadora, trabajo, salud, amigos sanos, familia y la Fe Católica! Se dieron cuenta que deberían compartir eso todo con los demás, que deberían dejar algunas cosas para ayudar a los otros. ¡Vieron que la felicidad está en dar! La gente de allá no tenía nada y aún así nos ofrecían sus casas para doce hombres con comida y todo. Sacaron sus niños de los cuartos para hospedarnos a nosotros. ¡Son personas sencillas pero que tienen postgrado, maestría y doctorado en generosidad!

-¡Enseñamos la sabiduría de esta gente! ¿Qué saben ellos? ¿Por qué no tienen nada y son felices? ¿Por qué son tan generosos si no tienen nada? ¿Por qué? ¡Queremos platicar contigo Señor!

A muchos de los que íbamos de misiones ya se nos había olvidado cómo rezar, más teníamos muchas ganas de hacerlo. Queríamos ponernos de acuerdo con Dios, agradecerle, pedir perdón por el tiempo perdido, pedirle ayuda para saber lo que platicar con la gente, queríamos comprender el por qué de tanta generosidad en un mundo tan maltratado, queríamos aprender a amar.

- ¿Amor? ¿Qué es eso?
- Una novedad que nos acaba de platicar un hombre, ¿cómo se llama?... ¡Ah, Jesús de Nazareth!

Muchas personas por  primera vez tuvieron que depositar toda su confianza en Dios, pues allá su dinero, títulos, contactos sociales, amigos y parientes no ayudaban en nada. Sí, esa misión fue más útil para los misioneros que para el pueblo.

Concluimos que Nuestra misión fue, no en uno, y sí en dos pueblitos abandonados: Uno se llamaba Atotonilco y el otro... nuestros propios corazones.

Descubrimos que nuestros corazones son a veces más desiertos, más secos, más pobres de lo que imaginamos. Descubrimos que todo lo que tenemos por fuera no llena, al revés, puede estancar nuestro corazones. Sólo Dios tiene el poder de inundarnos con la satisfacción, la felicidad y el Amor. Él es el único que nos puede enseñar a ser como esa gente: desapegados, sencillos, alegres, verdaderamente generosos y felices. Él es el único camino, ¡Maestro de Amor!

Cristo , ¡haz nuestro corazón semejante al tuyo!

Sentimos esa importancia una tarde cuando nos encontramos en una capilla en el medio del desierto, después de haber andado todo el día citando a la gente, después de hacerlos andar horas para venir a Misa y de estar esperando dos horas al sol al Padre que no llegaba. Todos nos quedamos sin saber qué decir o hacer, por lo que decidimos rezar el Rosario con las personas.

No podía creer que íbamos a dejar a todos sin la Misa después de tanto sacrificio. Pedimos fervorosamente que el Padre llegase, y en el 3° misterio del Rosario, cuando habíamos acabado de pedir por el padre, llegó él para hacer la Misa.

Miré a todos y percibí que no era el único maravillado con la intercesión de María, con el poder de la oración. Era como si Dios nos quisiera enseñar a pedir (Pedid y se os dará).

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